9/11/08

Hay días, no todos definitivamente, pero los hay, en los que amo mi trabajo, en los que entiendo que no puedo hacer otra cosa. La mayor parte del tiempo me carcome la incertidumbre de todo lo que puede salir mal, el sentir que peleo con un monstruo de humo. Son estos pocos días raros en los que no puedo parar de hacer, porque se siente bien, porque todo lo que hago esta ya contenido en mí, los que luego me alimentan por años. El rayito de luz que se cuela de algún lado justo cerca del letrero que uno necesitaba leer.
Los hombres, salgo con ellos, los conozco y reconozco; ellos ven en mí una esencia similar a algo que ya conocen, pero rara vez me reconocen. Hay bien pocos de ellos que sí lo hacen, con ellos puedo descansar, me dan paz y funcionan en mi alma lo mismo que el olor de galletas en un horno, lo mismo que esos días raros. Los otros a su lado se ven borrosos, yo tampóco los reconozco.
Probablemente también así funciona con uno mismo. Al menos así me lo parece conmigo misma. La mayor parte del tiempo no te reconoces, no te defines hasta que en un chispazo ves el espejo y todo queda claro en un momento, ése se guarda en la memoria y lo llevas tanto tiempo como sea posible. El problema será entonces esa memoria con iniciativa a cambiarlo, matizarlo todo hasta que esa imagen se deshace como la ropa con las lavadas.

1 comentario:

Exenio dijo...

Que dificil es querer "encapsularse"; fluir, fluir...






P.S.- A veces quiero galletas de "crece/empequeñece"