
El discurso final de Gary Cooper en 'El Manantial', en el papel del arquitecto Howard Roark, supuso siempre un verdadero canto a la individualidad creativa y al derecho que todo arquitecto-creador debería tener en las sociedades modernas a que su trabajo sea respetado por los agentes que intervienen en la producción de la arquitectura. Este discurso ha ido perdiendo poco a poco su vigencia, hasta parecernos casi pueril. Era éste un discurso propositivo, innovador, que siempre estuvo en el recuerdo de todo arquitecto que estimase su trabajo como actividad intelectual y artística, y suponía una fantástica reivindicación de una serie de valores humanísticos que se presuponía sintetizaban los pilares de la sociedad moderna avanzada.
El arquitecto se convertía así en una especie de referencia cultural de primer orden, un héroe social cuyas obras iban a constituirse en valores fundamentales y testigos duraderos de esa misma capacidad sintética y de esa misma cultura. Los años sesenta, con el edificio de la Ópera de Sidney de Jörn Utzon como principal exponente de esta heroicidad, supusieron un muestrario inacabable de estas actitudes. 
Este párrafo anunciaba con dramática precisión las condiciones en las que iba a convertirse una actividad que siempre había estado sustentada por el principio de la creatividad, aunque sus manifestaciones debieran cumplir las exigencias sociales y culturales que la arquitectura siempre conlleva. Cuarenta años más tarde del texto del semiólogo italiano, las condiciones de trabajo y de producción de la arquitectura en las modernas sociedades post-industriales y tecnológicas parecen darle milimétricamente la razón.

Pero llegados a este punto podemos a la vez constatar que en nuestra sociedad de la información existen una minoría de arquitectos que, utilizando una serie de recursos que podríamos llamar "estratégicos", que la misma sociedad les proporciona, han sabido, o han podido, mantener una serie de privilegios culturales y económicos, y desarrollar la actividad arquitectónica de una forma muy cercana a la que comentábamos anteriormente como perteneciente a la época heroica. Me estoy refiriendo a algunos de los denominados "arquitectos-estrella" (no a todos), que justamente debido a su carácter de marca han conseguido trascender esta condición anunciada y constatada de pérdida de poder por parte del arquitecto, introduciéndose en el mercado justamente a través del manejo de códigos, iconografías y sistemas cercanos a las técnicas publicitarias y perfectamente insertados en los modos de producción de la sociedad del espectáculo. Esta estructura de "marca" les ha permitido, les permite, de hecho, seguir desarrollando su imaginación y poseyendo el control intelectual de una arquitectura cada vez más compleja y que está obligada a dar respuesta a un número ingente de parámetros. Su condición de "marca" les permite investigar, inventar (no todos), mantenerse, en definitiva, en el paisaje creativo de la arquitectura que llega a hacerse realidad construida.


Y también conviene constatar que puede estar alumbrándose (quizás nunca dejó de existir del todo), otro tipo de héroe, un anti-héroe de carácter negativo y piranesiano, que desde la realidad virtual, desde la marginación que supondría la no-construcción, podría erigirse en profeta visual y sensitivo de nuestra época. Desde esa producción utópica y creadora de imágenes y espacios podría tener una importante repercusión en nuestras vidas y en una realidad construida de la arquitectura que todavía no somos ni capaces de imaginar.
gracias por esto.
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